El 9 de Marzo de 2020 volvía de Málaga a Madrid en AVE. Ese día había tenido una reunión de trabajo con una empresa dentro de un proyecto de investigación en el que estábamos inmersos. Estaba arrellanado cómodamente en mi asiento, cuando me llegó un mensaje. Y luego otro, el mismo. Ese mensaje se propagó por todos los grupos de WhatsApp y Telegram: la Comunidad de Madrid había decidido cerrar todos los colegios y Universidades ante el recrudecimiento de la pandemia.
La pandemia. Creo que fue la primera vez que me tomé en serio aquella palabra. Dos días después, la Organización Mundial de la Salud (OMS), declararía la COVID-19, es decir, la enfermedad provocada por el coronavirus SARS-CoV-2, pandemia mundial. Una enfermedad letal y malvada que destruyó nuestro mundo tal y como lo conocemos.
¿Qué había sucedido antes de aquel mensaje? Yo había llegado a Málaga el día anterior, entre las manifestaciones multitudinarias del 8-M. Había dejado las maletas en el hotel, paseado un rato por la playa y, después, aprovechando que soy un amante del horario tardío, algún sinvergüenza me sirvió un plato de pulpo recalentado en el corazón de la madrileña calle Larios. Quién me iba a decir a mí que pasaría un año hasta la próxima visita a Málaga y que todos los restaurantes estarían cerrados desde las seis de la tarde. No adelantemos acontecimientos.
¿Y después del mensaje? A mi padre le operaban al día siguiente. Dos días después, cuando mi padre estaba ingresado en la UCI del hospital Virgen de América, nos advirtieron de que, textualmente: “estaba “llena de enfermos de coronavirus”. Íbamos sin mascarillas, guantes y no sabíamos de la existencia de geles hidro-alcohólicos. Se hablaba mucho en radio y televisión del tremendo peligro de la pandemia y del virus. Cuando nos dieron de alta, el viernes 13 de Mayo, yo no me encontraba bien.
El sábado, 14 de Mayo, fue a ver a mi padre, que se recuperaba bien de la operación. Mantuvimos la distancia social y volví a casa. Por la noche, ante mi estupefacción e incredulidad, el presidente del Gobierno de España, Pedro Sanchez Castejón, declaraba un confinamiento total amparado por la figura constitucional denominada “Estado de alarma”, que restringía la movilidad y nos obligaba a permanecer en nuestros domicilios.
Desde entonces, ha sucedido de todo. La pandemia del COVID-19 ha golpeado al mundo con una fuerza increíble: salud, vidas humanas ante todo, pero también economías, mentes, libertades y sueños.
Empiezo a escribir estos artículos ahora, a día 16 de Mayo, porque hasta ahora no he podido. El miedo, la absoluta incredulidad ante lo que hemos vivido, me lo ha impedido. A día de hoy, sigo sin poder creer lo que ha sucedido. Porque la realidad, lamentablemente, ha superado a la ficción.
Cuando estudiaba en el colegio Calasancio, en los Escolapios, uno de mis profesores favoritos, Don Manuel Mouzo Espasandín hacía siempre una reflexión, cuando yo le hacía una pregunta: “Lo que más me gusta de Berbís es que no ha perdido la capacidad de sorpresa”.
Sigo asombrándome a cada minuto. Por eso, como decía Paul Auster, “no sé si la solución es escribir, solo sé que es mucho peor no hacerlo”. Empecemos.